Y tú, ¿qué dices que es la verdad?

Un artículo de Juan Pedro Viñuela

"Lo que le sucede a uno cuando integran a la consciencia contenidos anteriormente inconscientes, apenas puede describirse con palabras. Sólo se puede experimentar. Cuestión indiscutiblemente subjetiva, que no representa dato objetivo alguno según el modelo científico, pero sí es un hecho práctico muy importante" C. G. Jung.

¿Qué es la experiencia? Y ya estamos donde mismo, ¿es la experiencia empírica científica, que, por otro lado, en cada ciencia es diferente, o, hay más formas de experiencias? Lo que señala Jung, cuando lo leí hace años, en todo este proceso de darse uno la vuelta como un calcetín, pues me impactó, porque era una vivencia, una intuición, una experiencia experienciable, que la llamaría Zubiri, que a mí me había rondado siempre, pero no había sido capaz de verbalizarlo; además de la inercia de mi cientificismo de juventud y del racionalismo crítico de Popper y Bunge que me limitaban, aunque habían hecho posible un gran estudio, pero ya era inservible.

¿Cómo accedemos a lo verdadero?, ¿cuáles son los criterios de experiencia, racionalidad e intuición? Todo esto es tremendamente confuso y todo está muy simplificado. Ya lo sabemos por la filosofía y la "psicología budista" desde hace milenios, pero la ciencia, que es lo que hoy tiene tirón, pues lo constata, desde su experiencia empírica. Me refiero a las neurociencias. Basta un somero estudio de neurofisiología del conocimiento y uno se queda pasmado y se dice, pero si esto es aquello que decía Espinosa, "Las cosas no son buenas porque lo sean, sino porque te lo parecen" o, Epícteto, "No son las cosas las que te hacen daño, si no la idea que tienes de ellas", claro, estas dos sentencias nos llevan muy lejos. A terrenos más interesantes porque tienen que ver con nuestra cotidianeidad, nuestra vida diaria, nuestro quehacer cotidiano con sus relaciones y juicios sobre los actos de los demás, y los nuestros, o los pensamientos que tenemos sobre nuestros actos, o las creencias que generan los actos y las repercusiones que ellos tienen en nuestro estado mental. Entonces uno se da cuenta de que el filtro del lenguaje sobre la realidad es importante, ahí está Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, pero hay mucho más, que es prelingüístico. Me refiero, como bien ha estudiado la psicología, desde Freud para acá y un poco antes, a la formación de nuestro carácter, desde el mismo útero materno. Y, claro, nuestra percepción del mundo y nuestra respuesta a él dependen de nuestro carácter, no sólo del lenguaje, que, más o menos, es universal, hay doce categorías o conceptos puros a priori, que existen neurofisiológicamente (aún no encontrados, claro) que permiten una comunicación universal.

Pero la vivencia es muy personal. Por eso, no hay diálogo, sino doxa, opinión. Sobre esto que digo, por tomarlo como ejemplo, puede haber muchas lecturas, empezando por la mía, hay cierta universalidad lingüística y empírica, pero nunca total. Depende del carácter y la personalidad de cada uno, que es cuestión experiencial y lo que nos hace sujetos irreductibles, el hecho de evaluar lo que digo de una manera u otra, o de importarle un pimiento, porque lo que le importa es tener un Mercedes, por ejemplo, o un cortijo con muchas tierras, o dedicarse a su jardín, o la supuesta verdad científica. Todo son formas de respuesta ante el mundo; es decir, ante la dualidad (falsa), que se forma en los primeros años de vida, antes de los tres años. La formación de nuestro yo ante un mundo que es considerado hostil y del que me defiendo por medio de una serie de respuestas que son el carácter, el yo, sobre el que surgirá mi personalidad, algo particular. En fin, una enfermedad o distorsión evolutiva que se produjo cuando apareció la consciencia egótica, que ha producido maravillas, pero también grandes daños, sufrimiento, exterminio y un posible fin de la civilización. Si algún papel tiene el filósofo y el psicólogo y terapeuta hoy en día es el de sanar esta herida originaria de la dualidad, en la especie y en cada uno de nosotros.

Y termino con un ejemplo. La meditación en sus múltiples variaciones es algo que tiene por lo menos cuatro mil años, sin tener en cuenta el chamanismo, entonces nos remontaríamos, siguiendo a M. Eliade, a unos 40.000 años. Pues bien, resulta que nuestra mente escindida, dual, necesita la prueba empírica de la ciencia neurológica para decirnos que la meditación funciona, cuando lleva funcionando 4.000 años y de ello hay, por un lado, una experiencia experiencial, al estilo de la que habla Jung, algo inefable; pero, a la vez, una transmisión de una serie de herramientas desechables de cómo realizar la meditación para llegar a determinados estados de consciencia, siendo la meditación una herramienta más, dentro de una forma de vida que abarca la totalidad de nuestros actos. Pero, no, el hombre moderno, eficiente, eficaz, quiere pruebas neurofisiológicas y utilidad. Quiere meditar (mindfulness) media hora al día y, así, eliminar la angustia, el estrés, ser más feliz, y más productivo. En el fondo, se está trasladando la enfermedad social a la meditación y el que se apunta a un curso de mindfulness con la intención de, en ocho semanas, reducir el estrés y fluir con la vida competitiva, escindida contemporánea, no hace más que seguir el patrón de la dualidad originaria y del origen, precisamente, del sufrimiento.

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