Las manos de Maltravieso: cuando no éramos la especie más inteligente
A principios de este mismo año saltaba la noticia, cuando la revista Science hacía públicos los resultados de los trabajos de datación de tres enclaves paleolíticos de la Península Ibérica, entre ellos el de la Cueva de Maltravieso, en Cáceres. Dicha cueva forma parte del llamado Calerizo de Cáceres y, poco a poco, ha sido engullida por la ciudad hasta quedar rodeada por el casco urbano. Se trata de una caverna descubierta en los años cincuenta gracias a la actividad de una cantera de caliza para la obtención de cal. Aunque la causa de su descubrimiento estuvo a punto de ser la de su destrucción y con las voladuras de la cantera se destruyó buena parte de la cueva. No obstante, lo que quedó llamó pronto la atención de los estudiosos, por los vestigios humanos encontrados – huesos y trozos cerámicos- y por restos de fauna extinta – rinocerontes, hienas y caballos salvajes- . Pero unos años después los científicos pusieron el foco en unas pinturas rupestres que hasta entonces les pasaron desapercibidas. Entre ellas destacaban las más de setenta improntas de manos en las paredes de la cavidad: manos en negativo, en positivo o mixtas, realizadas pulverizando pigmentos sobre la mano apoyada en la pared o posando la palma impregnada sobre esta. Curiosamente a muchas de las manos les faltaba el dedo meñique, algo intrigante a lo que aún nadie ha sabido dar una explicación satisfactoria, barajándose amputaciones rituales entre otras hipótesis. El abate H. Breuil, a que hacíamos referencia cuando mencionábamos las pinturas de Hornachos, se percató de un pequeño detalle bastante revelador acerca de la antigüedad de este tipo de pinturas: algunas tenían sobrepuestas pinturas esquemáticas del Neolítico, y las manos nunca estaban sobrepuestas sobre ningún otro rastro humano, por lo que estas eran anteriores al resto de pinturas conocidas. Posteriormente se demostraría que el investigador francés tenía razón y que las manos eran mucho más antiguas de lo que se suponía, datándose en base a distintos indicios en, al menos, 20.000 años.
En 2013, un estudio de la Universidad de Pensilvania revelaba un interesantísimo hecho acerca de la autoría de estos símbolos rupestres. La comparación mediante un algoritmo de las proporciones de los dedos índice y anular frente al meñique, arrojó la sorprendente conclusión de que la mayoría de las manos representadas eran de mujeres. Ello induce a pensar que los albores del arte – al igual que, como ya se da por hecho, los del lenguaje y la transmisión cultural- estuvieron más vinculados al sexo femenino que al masculino.
Pero no sería hasta febrero de este año, concretamente el día 22 a las 20 horas, cuando se revelarían los datos que han conmocionado a la comunidad científica y pondrían a esta cueva cacereña en el epicentro de la historia de la humanidad y de los orígenes del arte. Un estudio realizado por un equipo internacional de científicos sometió a datación las pinturas mediante el llamado sistema de Uranio-Torio, que mide con gran precisión la antigüedad de la fina capa de calcita depositada sobre las pinturas a lo largo de los siglos. Y el extraordinario resultado fue que estas fueron realizadas hace unos 67.700 años, casi 48 milenios antes de lo que se creía. El dato, además de ser asombroso por la excepcional antigüedad de las pinturas, lo es por un detalle insólito: fueron realizadas 20.000 años antes de que los primeros Homo sapiens llegaran a Europa. La única explicación plausible a tan asombrosa conclusión es que estas representaciones artísticas no fueron realizadas por nuestros antepasados sapiens, sino por nuestros parientes desaparecidos neandertales, que ya merodeaban por Europa mucho antes de la llegada de nuestra especie. Ello, a su vez, da lugar a varias conclusiones inesperadas. Por un lado, nosotros, los Homo sapiens, no somos los creadores del arte (y, posiblemente, tampoco de la religión y los mitos). Tras estos descubrimientos se plantea que el neandertal pudiese gozar de sentimientos estéticos elaborados, quizá incluso desde mucho antes que nuestra especie. Por otro lado, se demuestra que el intelecto neandertal fue mucho más complejo de lo que se suponía hasta ahora, revelándose que sería capaz de desplegar un pensamiento simbólico y de plasmarlo en forma de una manifestación plástica, desarrollando conceptos abstractos y materia- lizándolos en representaciones destinadas a perdurar. Hasta ahora, creíamos que entre todas las criaturas del planeta, la exclusividad de estas cualidades la poseía el Homo sapiens, pero desde la aparición de estos datos todo eso queda en entredicho.
Resulta fascinante que, cuando nuestros antepasados habitaban África y aún estaban a miles de años de llevar a cabo cualquier manifestación cultural, artística, simbólica o religiosa, en Europa, en la Cueva de Maltravieso, miembros de otra especie inteligente y sensible– probablemente más que la nuestra- , realizaba un rito mediante el que quedaba la silueta de sus manos plasmadas con pigmentos ocre y negro. Además, controlaban el fuego – de otra forma hubiese sido imposible ver en la oscuridad de la cueva- y se vestían – si no, no hubiesen sobrevivido a las condiciones post glaciares de aquella época en Europa-. Aquellos neandertales aún no sospechaban que, mucho tiempo después, tendrían contacto con otra especie humana venida de lejos que los desplazaría, los haría desaparecer y se convertiría en la más inteligente de entre todas las especies y en la que dominaría en solitario la faz de la Tierra. A pesar de ello las siluetas de las manos neandertales quedarían plasmadas durante los milenios siguientes, atestiguando que un día existieron, pensaron, imaginaron y crearon. Pero también dejaron otra huella más indeleble, aunque menos visible de su paso por el mundo: cada uno de nosotros – los europeos- posemos entre un 2% y un 4% de rastro neandertal en nuestro código genético, lo que nos induce a pensar que entre el encuentro y el momento de la extinción pudo haber convivencia.